"Ese
17 de agosto, el general se levantó sereno y con las fuerzas
suficientes para pasar a la habitación de su hija, donde pidió que le
leyeran los diarios (…). Hizo poner rapé en su caja para convidar al
médico que debía venir más tarde, y tomó algún alimento. Nada anunciaba
en su semblante ni en sus palabras el próximo fin de su existencia. El médico
le había aconsejado que trajera a su lado una hermana de caridad a fin
de ahorrar a su hija las fatigas ya tan prolongadas de sus cuidados.
Pero ella no quería ceder a nadie el privilegio, tan grato para su amor
filial y del que disfrutó hasta el último instante, de asistir a su
padre en su penosa enfermedad. El señor Balcarce salió a la mañana del
mismo día a hacer esa diligencia, acompañado por don Javier Rosales, a
quien comunicó las esperanzas que abrigaba en el restablecimiento del
general y su proyecto de hacerle viajar; tan lejos estaba de prever la
desgracia que le amenazaba. (…) Después de las dos de la tarde, el
general San Martín se sintió atacado por sus agudos dolores nerviosos de
estómago. El doctor Jardon, su médico, y sus hijos estaban a su lado.
El primero no se alarmó y dijo que aquel ataque pasaría como los
precedentes. En efecto, los dolores calmaron, pero, repentinamente, el
general, que había pasado al lecho de su hija, hizo un movimiento
convulsivo, indicando al señor Balcarce con palabras entrecortadas que
la alejara, y expiró casi sin agonía".
( Fuente: Félix Frías, corresponsal de “El Mercurio·, en Francia. )