lunes, 25 de junio de 2018

25 - 06 - 1791 | San Martín recibe su bautismo de fuego en el combate de Orán, contra los moros.

Luego de viajar con sus padres a España en 1786, con apenas 8 años, e ingresar en el Seminario de Nobles de Madrid, una institución aristocrática, pasó con 12 años al Regimiento de Murcia, ingresando como cadete, gracias a ser hijo de un oficial. Rápidamente, tendría su bautismo de fuego. Al poco tiempo de iniciar su carrera militar en el regimiento de Murcia, San Martín pasó a las guarniciones de África en Melilla. Tuvo su bautismo de fuego a los quince años en 1791, cuando en la plaza de Orán en Africa, su batallón enfrentó un ataque de moros. Durante treinta y siete días sufrieron el fuego del enemigo, el hambre y el insomnio; ganando en esta circunstancia la mención en la foja de servicios de “valor acreditado”. Fue la tropa de granaderos del Murcia la que protegió el reembarco de las tropas españolas que abandonaron esa región norafricana. La última bandera de España en replegarse fue, por tanto, la de los granaderos del Murcia, entre los cuales se encontraba el soldado niño José de San Martín. De Africa pasó con su regimiento al ejército de Aragón en 1793, y de éste al de Rosellón, mandado por el general Ricardos, que combatía contra la invasión del ejército francés. Ricardos era un excelente táctico, de quien San Martín debió recoger muchas enseñanzas. Al pie de los Pirineos orientales, rechazó en veinte días tres ataques generales y triunfó en once combates parciales contra el enemigo. En la mayor parte de esos combates se distinguió José Francisco, valiéndole su desempeño un ascenso a Segundo Subteniente del regimiento de Murcia. En esta guerra contra Francia también participaban –aunque en otros cuerpos del ejército español- sus hermanos Manuel Tadeo y Juan Fermín. Muerto el General Ricardos en un combate y vencido el ejército español, se tuvieron que replegar a Colliore, cuya plaza fue defendida fuertemente hasta que el ejército fue obligado a capitular. Esta acción le valió un ascenso a Teniente Segundo, en 1795. Napoleón Bonaparte Este ciclo de la guerra con Francia finalizó con el tratado de Basilea (1795) por el cual Napoleón obligó a España a convertirse en su aliada. España entraba de esta manera, en guerra contra Inglaterra. Esta última atacó con su flota a la escuadra española en el Cabo de San Vicente, en 1797. Entre 1797 y 1798 San Martín combate a los ingleses, como infante de Marina, ya que el regimiento de Murcia fue embarcado con esa función, y en junio de 1798 es derrotado y apresado por los ingleses, permaneciendo prisionero -bajo palabra- hasta 1801. La escuadra hispana que en aquella lucha perdió cuatro de sus mejores naves. Así, San Martín recibió su bautismo de fuego en el mar. En 1801, junto al Batallón de Voluntarios de Campo Mayor enfrentaba a los ejércitos portugueses con motivo de la guerra declarada por Carlos IV ese año. A fines de mayo de 1801, con el apoyo francés, asistió a la toma de la plaza de Yelves; a la acción de Campomayor y al sitio de Olivenza; y en diciembre de 1802 es nombrado 2º Ayudante del recientemente creado Batallón Nº 11 de Infantería Ligera de voluntarios de Campo Mayor.Cuando se firmó la paz de Amiens en 1802, su regimiento participó del bloqueo de Gibraltar y de Ceuta.En Cádiz fue ascendido a Capitán Segundo de su regimiento de Campo Mayor, en 1804. Allí debió prestar servicios para combatir la epidemia de cólera que azotaba a la población. Además, en Cádiz entró en contacto con jóvenes americanos, como Bernardo O`Higgins y Miguel Carrera, en cuyas cabezas comenzaban a germinar ideas de libertad del dominio español y que, en su mayoría, formaban parte de sociedades patrióticas como la Logia Lautaro, filial de la Gran Reunión Americana, fundada en Londres por el venezolano Francisco Miranda. También allí recibió noticias de que la población rioplatense había rechazado la invasión de tropas inglesas. Fernando VII de España Cuando el gobierno de Portugal desobedeció el bloqueo continental declarado por Napoleón al arribo de mercadería británica a Europa, las tropas franco-hispanas invadieron Portugal. En esas acciones participó José Francisco que ya preveía la claudicación del gobierno español ante el francés. A esta situación se sumaron las discordias entre el rey Carlos IV y su hijo Fernando, aprovechados por Napoleón para dominar por completo a España. El pueblo español no iba a tolerar sumiso esa dominación. La primera reacción se tradujo en el movimiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid, del cual participó Manuel Tadeo, hermano de San Martín. Aunque este movimiento fue sofocado, la rebelión continuó. San Martín se encontraba en Cádiz como edecán del General Francisco María Solano Ortiz de Rosas, quien fue muerto por el pueblo acusado de traidor, ya que apoyaba a los franceses. San Martín trató de frenar a la multitud, pero no lo logró y salvó milagrosamente su vida; tuvo que salir de incógnito con rumbo a Sevilla, en donde continuó al frente del Regimiento Campo Mayor. Había sido ascendido a mayor general en junio de 1808. Por sus aptitudes organizativas, José Francisco fue convocado por el marqués de Conpigny, como Mayor General de las tropas al mando de Don Francisco Torres Valdivia en el reino de Jaen, pertenecientes a la segunda división que mandaba el Marqués de Conpigny. Destinado al Ejército de Cataluña, San Martín fue agregado al regimiento de caballería Borbón. Se iniciaban operaciones contra los ejércitos napoleónicos. San Martín encabezaba las guerrillas de la avanzada española que en Arjonilla (28 de junio de 1808) enfrentaba al ejército francés y lograba desbaratarlo. En mérito a este hecho, la Junta de Sevilla le otorgó el grado de Capitán agregado al Regimiento de Caballería de Borbón. Días más tarde, cargó contra un destacamento en La Cuesta del Madero, al que venció logrando varios prisioneros. Pocos días después, el 16 de julio, atacó en Andújar a un convoy de los franceses, ocasionándoles varias bajas. Este enfrentamiento presagiaba la victoria que las fuerzas españolas obtuvieron en Baylén (19 de julio de 1808), con 19.000 prisioneros, 40 cañones, 20 carros de artillería y 4000 caballos. Por su heroico comportamiento en esa batalla, San Martín recibió el grado de Teniente Coronel y una medalla de honor. Al frente de su regimiento de caballería de Borbón, que integraba el ejército de Andalucía, participó en la toma de Madrid luego de la derrota francesa de Bailén y su posterior capitulación en Andújar. En noviembre de 1808 el cuerpo de San Martín integraba el Ejército de Andalucía que, con restos de otros ejércitos, conformó el denominado “Ejército del Centro” al mando del General Castaños. En pleno repliegue español hacia el río Queiles, San Martín dirigía las guerrillas españolas que dificultaban el avance francés. A fines de 1808 por una afección a las vias respiratorias –que lo acompañaría toda su vida- estuvo de licencia con goce de sueldo. En 1809, luego de una prolongada enfermedad, es trasladado a Sevilla, agregado a la Junta Militar de Inspección y en junio se reincorpora al ejército de Coupigny -noble francés que luchaba en el bando español- siendo designado ayudante del mismo, el 25 de agosto de 1810. Como oficial del ejército español participó de la batalla de Albuera (15 de mayo de 1811) y, junto a las fuerzas de Inglaterra y Portugal al mando del general Beresford, –el mismo que cinco años antes había rendido sus banderas en Buenos Aires- lucharon contra los ejércitos franceses. Para esta época se conoció en Cádiz la noticia de la decisión tomada en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810. Entre sus compañeros de armas y de ilusiones por ver una América independiente se encontraban Carlos María de Alvear y el chileno José Miguel Carrera. La experiencia ganada a partir del combate contra moros, franceses, ingleses y portugueses iba a jugar a favor de sus planes en América. En julio de 1811, se le confiere el cargo de Comandante Agregado al Regimiento de Dragones de Sagunto, cargo del que nunca tomó posesión ya que en agosto de ese año presentó su solicitud de retiro con uso de uniforme y fuero militar, con el objeto de pasar a América a fin de “arreglar sus intereses”. Luego de veintiún años sirviendo en España, decidió retornar a su lugar de origen y –como señaláramos-presentó solicitud de retiro del ejército español. Al mismo tiempo, solicitó permiso para trasladarse a Lima donde, según expresó, tenía que velar sus intereses. El permiso le fue concedido. Poco después, pasaba a Inglaterra y desde allí al río de la Plata para iniciar el camino de la Libertad Americana. A través del desempeño en su carrera militar, cultivó importantes logros en la lucha contra los moros en el norte de África y contra los franceses en España. La experiencia capitalizada resultó de utilidad en América e hizo fructificar la independencia de Sudamérica. Su bravura y valentía pueden advertirse en las palabras de sus superiores, tal el caso del Teniente Coronel don Juan de la Cruz Mourgeón en el parte de la Batalla de Arjonilla y en el resumen de sus intervenciones militares en España hasta 1809.

sábado, 2 de junio de 2018

" Yuta puta "

Una de las máximas del izquierdismo es que los policías no son obreros sino “desclasados”. Así, su posición como miembros del aparato represivo los convierte política e ideológicamente en “anti-obreros”. Tampoco hay que apoyar sus reclamos, porque eso “refuerza” su capacidad represiva. Es más, ni siquiera conviene sindicalizarlos. Todo se resume entonces con una consigna fácil: “yuta puta”.
Esta idea tiene varios problemas. En principio, supone que es el policía el que “reprime” y no la burguesía y su Estado. Se los considera lo mismo. De ese modo, no hay posible contradicción alguna entre uno (el policía) y otro (el Estado burgués). Al mismo tiempo, suponen que el policía está destinado a ser reaccionario, como si la mayor parte de la clase obrera fuera por sí misma revolucionaria y no votara candidatos patronales.
Pero el asunto es más profundo: se encuentra atado a la idea que estos izquierdistas tienen del problema de la “seguridad” y la represión. Para ellos, los obreros son enemigos declarados del policía. Sin embargo, la realidad es más compleja: los obreros continuamente reclaman “mayor seguridad”. El laburante también es asaltado en la calle y está más expuesto a los robos que el burgués. El problema de la delincuencia lo puede afectar de mil maneras diferentes.
Pero, en definitiva, ¿a qué clase pertenecen los policías? Para resolver esto, no hay nada más equivocado que observar su “función”. Por el contrario, hay que mirar las relaciones sociales. El policía suele proceder de filas obreras, incluso de las más empobrecidas (¿quién , sino, va a arriesgar su vida todos los días por un sueldo miserable?). Lo único de lo que dispone es de su capacidad para trabajar. Tiene miles de vínculos sociales y hasta culturales con la clase obrera, desde su vida en un barrio obrero hasta el consumo de los mismos bienes o servicios.
Y es que la burguesía apela a fracciones de la clase obrera para ejercer su dominio. Sobran ejemplos al respecto: en un sentido ideológico, puede apelar a los docentes para educar a los obreros en la conciencia burguesa. ¿O alguien cree que la escuela siembra ideas revolucionarias? Al fin y al cabo, un docente reprime la conciencia. Lo mismo ocurre con las fuerzas de seguridad, aunque acá la represión sea física y más visible. Sin embargo, tarde o temprano, las capas más bajas de la jerarquía (soldados o gendarmes, suboficiales, incluso algunos oficiales inferiores) pueden comprender que hay algo que los separa del cuerpo que los obliga a reprimir. Claro que es más difícil. Históricamente, la burguesía les ha negado los más mínimos derechos democráticos: de reunión y agremiación, de libre expresión, de intervención política, de huelga. Por eso mismo requieren más que nunca una política acorde a las necesidades del caso.
¿Parece una locura? Bueno, ejemplos históricos hay de sobra. No habría existido revolución rusa sin quiebre del aparato represivo, para el cual se trabajó desde mucho antes de las jornadas revolucionarias. En numerosas ocasiones, policías se negaron a reprimir. Quebrar el aparato policial es posible y la sindicalización sería un buen paso. Permitiría que las bases
entren en contradicción con la oficialidad, que comprendan que sus intereses de clase se encuentran ligados a las luchas de los trabajadores, escapar a los manejos turbios de sus superiores y denunciarlos o incluso rehusar de la lumpenización. En definitiva, permitiría luchar contra el aislamiento que la burguesía impone a los policías de base, cuando busca encerrarlos en espacios donde no entre otra influencia que no sea la suya.