Una de las máximas del izquierdismo es que
los policías no son obreros sino “desclasados”. Así, su posición como
miembros del aparato represivo los convierte política e ideológicamente
en “anti-obreros”. Tampoco hay que apoyar sus reclamos, porque eso
“refuerza” su capacidad represiva. Es más, ni siquiera conviene
sindicalizarlos. Todo se resume entonces con una consigna fácil: “yuta
puta”.
Esta idea tiene varios problemas. En
principio, supone que es el policía el que “reprime” y no la burguesía y
su Estado. Se los considera lo mismo. De ese modo, no hay posible
contradicción alguna entre uno (el policía) y otro (el Estado burgués).
Al mismo tiempo, suponen que el policía está destinado a ser
reaccionario, como si la mayor parte de la clase obrera fuera por sí
misma revolucionaria y no votara candidatos patronales.
Pero el asunto es más profundo: se encuentra
atado a la idea que estos izquierdistas tienen del problema de la
“seguridad” y la represión. Para ellos, los obreros son enemigos
declarados del policía. Sin embargo, la realidad es más compleja: los
obreros continuamente reclaman “mayor seguridad”. El laburante también
es asaltado en la calle y está más expuesto a los robos que el burgués.
El problema de la delincuencia lo puede afectar de mil maneras
diferentes.
Pero, en definitiva, ¿a qué clase pertenecen
los policías? Para resolver esto, no hay nada más equivocado que
observar su “función”. Por el contrario, hay que mirar las relaciones
sociales. El policía suele proceder de filas obreras, incluso de las más
empobrecidas (¿quién , sino, va a arriesgar su vida todos los días por
un sueldo miserable?). Lo único de lo que dispone es de su capacidad
para trabajar. Tiene miles de vínculos sociales y hasta culturales con
la clase obrera, desde su vida en un barrio obrero hasta el consumo de
los mismos bienes o servicios.
Y es que la burguesía apela a fracciones de
la clase obrera para ejercer su dominio. Sobran ejemplos al respecto: en
un sentido ideológico, puede apelar a los docentes para educar a los
obreros en la conciencia burguesa. ¿O alguien cree que la escuela
siembra ideas revolucionarias? Al fin y al cabo, un docente reprime la
conciencia. Lo mismo ocurre con las fuerzas de seguridad, aunque acá la
represión sea física y más visible. Sin embargo, tarde o temprano, las
capas más bajas de la jerarquía (soldados o gendarmes, suboficiales,
incluso algunos oficiales inferiores) pueden comprender que hay algo que
los separa del cuerpo que los obliga a reprimir. Claro que es más
difícil. Históricamente, la burguesía les ha negado los más mínimos
derechos democráticos: de reunión y agremiación, de libre expresión, de
intervención política, de huelga. Por eso mismo requieren más que nunca
una política acorde a las necesidades del caso.
¿Parece una locura? Bueno, ejemplos
históricos hay de sobra. No habría existido revolución rusa sin quiebre
del aparato represivo, para el cual se trabajó desde mucho antes de las
jornadas revolucionarias. En numerosas ocasiones, policías se negaron a reprimir. Quebrar el aparato policial es posible y la sindicalización sería un buen paso. Permitiría que las bases
entren en contradicción con la oficialidad, que comprendan que sus
intereses de clase se encuentran ligados a las luchas de los
trabajadores, escapar a los manejos turbios de sus superiores y
denunciarlos o incluso rehusar de la lumpenización. En definitiva,
permitiría luchar contra el aislamiento que la burguesía impone a los
policías de base, cuando busca encerrarlos en espacios donde no entre
otra influencia que no sea la suya.
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